Notas Programa 7.- De la sonata al postromanticismo


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Haydn ha sido llamado muy a menudo el padre del cuarteto de cuerda aunque esto no sea estrictamente cierto. La música para estos cuatro instrumentos de cuerda – dos violines una viola y un violonchelo – data de tiempos muy anteriores a los del compositor. Incluso se puede remontar a la música renacentista y hay buenos ejemplos de ello entre los músicos contemporáneos de Haydn y sus predecesores. Haydn contribuyó, sin embargo, con una gran cantidad de obras al asentamiento definitivo de esta formación instrumental y, por supuesto, a la definición de la forma musical por excelencia para ella: la sonata.

Fue pionero en la elección de la estructura en cuatro movimientos, hoy prácticamente patrón estándar, y empujó a este género a la preeminencia de la que ha gozado en los últimos doscientos cincuenta años. En sus cuartetos, más de ochenta, consigue un equilibrio, una intimidad y un diálogo entre los instrumentos que ha servido como modelo para la posteridad.

Haydn disfrutaba tocando él mismo sus cuartetos y, durante los inviernos en Viena, lo hizo acompañado de un músico de excepción: Wolfgang Amadeus Mozart. El compositor salzburgués, a su vez, un consumado compositor de cuartetos de cuerda, se inspiró en el viejo y admirado maestro para crear sus obras en las que se reconoce perfectamente la herencia y los logros innovadores de Haydn.

En el verano de 1787, mientras Mozart trabajaba en la composición del segundo acto de su ópera Don Giovanni, compuso esta asombrosa obra de inigualable ligereza y, al mismo tiempo, profundo equilibrio. No deja de llamar la atención que Mozart pudiera componer obras emocionalmente tan alejadas aún bajo el estado moral en el que le debió sumir tan fatal pérdida, la de su padre, acaecida en mayo de ese año. Parece ser que la obra debía constar de cinco movimientos pero sólo nos han llegado los cuatro que oiremos hoy.

No debemos sorprendernos al oír esta música tocada por un cuarteto de cuerda ya que fue originalmente escrita para esta formación camerística a pesar de que las versiones más conocidas y programadas en los teatros se interpretan con una orquesta de cuerda completa. Esta interpretación, que no hace más que multiplicar la masa sonora, es perfectamente legítima pero enmascara la complicidad que los músicos pueden escenificar en el cuarteto de cuerda.

Desde 1787 daremos un gran salto en el tiempo y en el espacio para encontrarnos frente al tercer cuarteto de este recital. Efectivamente, el Cuarteto de cuerda no 12, Op. 96 de Dvořák fue compuesto en Spillville, Estados Unidos, en 1893. Pero esta aparente distancia espaciotemporal no nos aleja de los maestros pioneros del cuarteto y la forma sonata. Al contrario, el paso del tiempo y las manos de infinidad de compositores, muchos de ellos genios de la música, han perfilado y aquilatado una manera de hacer música que es al mismo tiempo particular en cada compositor y universal en la esencia. Ello está perfectamente patente en esta obra de Dvořák que huye de las grandes construcciones formales de su época y se acerca a la maestría de sus ancestros sin renunciar al uso del lenguaje propio de su tiempo. De este modo Dvořák añade un eslabón más a la brillante y siempre prometedora carrera de la formación instrumental más cercana a la esencia de la música.

JESÚS ARIAS VILLANUEVA
noviembre de 2013

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