Notas Programa 8.- Centenario de La consagración de la primavera de Igor Stravinsky



LOS CONCIERTOS DEL MUSEO PARA LAS FAMILIAS

Domingo, 1 de diciembre de 2013
12:00 horas

Centenario de La consagración de la Primavera de Igor Stravinsky



El 29 de mayo de 1913, hace algo más de cien años, el público del Teatro de los Campos Elíseos de París fue testigo de excepción de uno de los cambios más drásticos en el devenir de la historia de la música. La puesta en escena, bajo la dirección orquestal de Pierre Monteux, del tercer ballet que crearon juntos Igor Stravinsky, Vaslav Nijinsky y Sergei Diaghilev (compositor, coreógrafo y empresario teatral, respectivamente), transformó radicalmente la música del silo XX. 

El primer éxito de estos artistas llegó en 1910 con el ballet El Pájaro de Fuego. Este ballet fue encargado a Stravinsky por el empresario fundador de los famosos Ballets Rusos que hacían soñar a todo el público europeo de la época con historias fantásticas o legendarias que exacerbaban el espíritu del aún pulsante Romanticismo. Sergei Diaghilev utilizó este ballet para lanzar la carrera del primer bailarín y coreógrafo Vaslav Nijinsky.

Este triunfo trajo como consecuencia dos encargos más de los Ballets Rusos para el compositor nacido en Oranienbaum, Rusia. Se trata de Petrushka (1911) y La Consagración de la Primavera (1913). En esta época la politonalidad (música escrita en distintas tonalidades que se tocan simultáneamente), los compases asimétricos y constantemente cambiantes, los ritmos explosivos y la novedosa instrumentación se convierten en elementos fundamentales en el nuevo estilo musical que está naciendo de las manos del maestro Stravinsky.

En su libro Crónica de mi vida el propio Stravinsky cuenta cómo tuvo la visión de un gran rito sagrado pagano en el que se observaba la danza de la muerte de una joven a la que los sabios sacrifican para ganarse el favor de los dioses de la primavera. Con esos ingredientes argumentales – paganismo, muerte ritual – y musicales – disonancias, estridencias, orquestación atípica, ritmos repetitivos furibundos unas veces y aparentemente descontrolados otras – el fracaso ante el público y la crítica estaban prácticamente asegurados.

Efectivamente, el estreno fue un escándalo mayúsculo. Gran parte del público, acostumbrado a la tradición de un ballet civilizado y estético, estaba completamente desconcertado y enfurecido hasta el punto de que empezó a abuchear la obra antes de su finalización. Para ellos aquello no era más que una sucesión estruendosa e incomprensible de auténticos ruidos. Sin embargo, la corriente Modernista francesa, vanguardia de la época, abrazó con gran entusiasmo una obra que trasladó el horizonte de la música para colocarlo definitivamente más allá de los postulados más ambiciosos del postromanticismo.

Esta obra fue continuamente revisada por el compositor desde la primitiva versión del estreno de 1913 hasta 1943, año en el que reescribió la Danza sagrada. Incluso hizo una versión para piano a cuatro manos que fue la primera partitura de la obra que se publicó. La versión para piano solo que escucharemos esta mañana fue creada por el compositor y pianista norteamericano Sam Raphling (Texas, 1910 – Nueva York, 1988).

El reto de la transcripción de música orquestal en una partitura para piano va más allá de la mera copia de melodías, ritmos y acordes orquestales para adaptarlo a dos manos y un telado. El trabajo más complejo consiste en captar y transmitir con los recursos del piano todos los colores de la orquesta, sus dinámicas, los planos sonoros, las texturas cambiantes. El alma de la obra, en suma. Para ello es clave, además, la interpretación del pianista que tendrá que resolver todos esos problemas para que podamos imaginar aquella historia pagana de la vieja Rusia.


JESÚS ARIAS VILLANUEVA
diciembre de 2013 

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